viernes, 29 de abril de 2011

VISITANDO ESTAMBUL


Mi nombre es Murat Feyzioglu, y nací en una vieja casa de madera, en la ciudad costera de Iskenderun.

A los 14 años, comencé a practicar lucha turca en mi ciudad de origen. Para mí, era un orgullo poder practicar un arte como este. Los preparativos para la lucha hacían que poco a poco, la adrenalina se disparase en mí. Todas las mañanas tras el rezo del mediodía, salía de la mezquita de mi barrio e iba directo al gimnasio donde entrenabamos veinte chavales de varias edades.

Ahora, 14 años después, me ha tocado el momento de poder participar en el torneo anual de Edirne. Hombres de todas partes de Turquía, nos concentramos en una semana de luchas en aceite, hasta la extenuación. En donde el sudor y la yerba, se entremezclan con el aceite puro para lubricar nuestros músculos, permitiendo librarnos de más de alguna llave a traición.

Mi maestro es Erkhan Yilmaz, conocido como "El Patesi del Éufrates", un hombre de extraordinaria fuerza y vigor, apodado así por ser un buen pastor, casi santo para sus discípulos. Siempre pío, siempre firme, siempre justo... Un hombre grande y corpulento, de unos cuarenta años, peludo de la cabeza a los pies, con una barba bien recortada y algo canosa. Tenía una ceja cortada y los ojos verdes oliva que custodiaban una gran nariz persa, sobre un gran bigote con algunas canas, peinado a dos aguas.
Él fue quien me acompañó hasta Estambul, para prepararme de cara al torneo que se realizaría dentro de dos semanas.

A la llegada a la ciudad, tomamos un barco para ir a la parte europea y alojarnos cerca de Örtakoy. Örtakoy, tiene una pequeña mezquita, justo al lado del puente que une Asia y Europa, donde se ven unas vistas increibles de todo el Mármara.
Nuestro hotel, era una pensión vieja, con 2 camastros sobre la tarima y un pequeño armario anexo a una mesa de escritorio. Como era el último piso, desde la ventana, se veía al fondo la parte asiática con una gran bandera de Turquía hondeando en lo alto del montículo. Era mi primera vez en Estambul, y aunque deseaba visitar la ciudad estaba cansado de todo el viaje, por lo que preferimos descansar y visitar la ciudad al día siguiente.

Como iba a ducharme, comencé a desvestirme sin pudor delante del Patesi, ya que nos tenía ya muy vistos del gimnasio. Primero me quité la camisa blanca que llevaba y después la camiseta interior de tirantes, que azoté encima de la silla del escritorio. Desabroché el cinturón, para sentarme cómodo y quitarme los zapatos. Luego de esto, me bajé los pantalones y los doblé con cuidado en una percha. Dudé durante un momento si quitarme en la habitación el slip blanco o no, pero sin más miramientos, me lo quité y lo guardé en una bolsa de ropa sucia.

Una vez ya completamente desnudo, cerré el armario y me vi de arriba a bajo en el espejo de la puerta. Estaba en plenitud... Mis músculos se veían mejor que nunca; duros y bien compensados. No estaban definidos, porque así es mejor para amortiguar los golpes del forcejeo. Saqué pecho y biceps, ladeandome un poco para ver los muslos traseros y los gemelos. Fue ahí cuando lo más inesperado pasó. En el reflejo del espejo el Patesi, tenía la bragueta bajada, y su miembro duro asomaba por entre los calzoncillos. Mientras, él se frotaba el capullo con la palma de las manos y me miraba fijamente sin pestañear ni decir una sola palabra. 
Yo me hice el despistado, asegurándome que eso no estaba pasando y me metí directamente en el baño.

Al terminar, corrí las cortinas de la ducha y salí para secarme con la toalla que había sobre el lavamanos. La agarré y me sequé la cara con ella. Fue cuando sentí que algo había en la toalla. Aparté la vista y vi que había semen por toda la toalla. Mi cara estaba también llena de semen. No me lo podía creer... El Patesi, se había corrido en MI toalla, sabiendo que me secaría con ella. Esto había llegado demasiado lejos...


Ceñí la otra toalla de mano, que era más pequeña y tenía que agarrarla con una mano para que no se me callera de la cintura y salí cabreado a hablar con Erkhan.


Él estaba de pie a espaldas, observando por la ventana como si nada. Me acerqué a él y le dije:


- ¡Patesi! ¿por qué me has hecho esto?


Sin ni siquiera inmutarse, me respondió:


- ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por ser campeón este año?


La pregunta me dejó sin habla un buen rato, a lo que le contesté:


- Siempre ha sido mi sueño, y lo sabes de sobra, Patesi. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con lo que acabo de ver.


Se volvió hacia mí y me gritó: - ¡DE RODILLAS!


-¿Pe... pero...? - balbuceé yo.


- ¡He dicho que DE RODILLAS, CERDO DESAGRADECIDO!


En el acto, di un paso hacia atrás intentando mediar distancia. Fue entonces cuando él adelantó su mano y lanzó de un tirón la toalla que llevaba ceñida, dejándome totalmente desnudo y paralizado.


En una fracción de segundo, con la otra mano, me agarró el hombro intentando que me pusiera de rodillas, pero yo me negaba y acabamos forcejeando un rato. Entonces, pasó su otro brazo por detrás de mi cuello y tiró de él hacia atrás. Un golpe seco en la pierna, me tumbó directamente al borde de la cama, de rodillas en el suelo.


Él se acopló detras mía, y comenzó a meterme la lengua en la oreja izquierda, con mis manos inmovilizadas a la espalda. Sentí un golpe seco en la cabeza perdiendo el conocimiento. Ya no había escapatoria...

...Cuando desperté, me encontraba maniatado de pies y manos sobre la cama, boca abajo con las piernas arrodilladas a los pies de la cama, y llevaba mis calzoncillos en la boca que tenía tapada con un pañuelo.
El Patesi estaba tras de mi, arrodillado, separando fuertemente mis nalgas y libando como una abeja mi peludo culo. Parecía que él había entrado en éxtasis. No para de lamerlo de arriba abajo, y de abajo arriba. Lo escupía y volvía a meter dentro con rápidas sacudidas la lengua.


Intenté zarandearme y gritar, pero entonces el Patesi agarró un cincho de cuero ancho y empezó a azotarme sin piedad. La espalda primero y luego las nalgas. Paró cuando dejé de moverme, y comprendí que debía dejarlo continuar hasta el final o el cabrón me descarnaría la espalda.


Cuando se cansó de lamer todo mi culo, frotó su polla contra él. Sentí el aceite de oliva que caía de sus manos dentro de mi culo, y enfundó en él de una envestida su morcilla. El dolor era insoportable...


- ¿Ves como todo es más sencillo? - me dijo - Ya puedes relajarte y disfrutar. Eres uno de los mejores luchadores de Anatolia y todo lo bravo que eres en la lucha, ahora te ves aquí manso, abierto de piernas ante tu Patesi. Ten fe en mí, mi estimado Murat y abre las puertas de tu Nemrut para mí.


El Patesi seguíría follandome a pelo, durante un buen rato perdiendo la noción del tiempo. Cuando le vino en gana, paró un rato y me quitó la mordaza. A lo que me preguntó:


- ¿Quieres tener la fuerza de diez leones, Murat?


- Si, Patesi - contesté, totalmente sumiso.


- Abre la boca y bebe - continuó.


Abrí la boca y el Patesi frotó como si le fuera la vida en ello, su enorme polla.


- ¡Abrela más, VAMOS! - gritó.


Un arco de néctar blanco brotó desde su polla a borbotones, callendo directamente en mi boca y en mi bigote.


- ¡Trágalo Murat, por lo que más quieras, trágatelo y conviértete en nuestro campeón! - dijo con tono de satisfacción y agotamiento.


Lo tragé con repulsa, pensando que su sabor sería horrible. Pero sin embargo, era dulce como la miel.

martes, 8 de febrero de 2011

Abriendo las puertas al alma


Mi nombre es Osmán Ibn Zaydín, y todo comenzó una tarde polvorienta de verano, a las puertas de la ciudadela vieja.

Entre muros derruidos por la sibilina brisa que dilataba nuestros corazones, se encontraban los huecos que el olvido y el paso del tiempo habían labrado en la tosca base de adobes asirios vidriados. Unas veces refugio de cabras, otras refugio de inocentes juegos. Aunque pronto me harían ser consciente del verdadero deseo de los hombres.

Los naranjos habían marchitado ya sus flores, y las verdes naranjas brotaban de las quebradizas ramas de los naranjos que cubrían los extramuros, dando sombra y cobijo, proporcionando frescor y penumbra, pudiendo retozarse uno en las largas siestas de la tarde. El calor que fatigaba al respirar, quemaba con los suspiros y bostezos. Ese mismo calor, que hacía humedecer el pecho y los brazos, doloridos de cargar sacos de arena blanca para los viejos artesanos.

Ahí tumbado, me quité la camiseta blanca, roída y desajada del uso. Yacía sobre una rama de palma seca, contemplando los remolinos de aire que se formaban en el horizonte mientras las chicharras zumbaban como si fueran a estallar del propio esfuerzo.

De fondo, el sonido de los muchachos recitando en la escuela coránica, que se difuminaba al susurro de los arbustos deshojados.
Quedé traspuesto un buen rato, entre el sueño y la vigilia. Sólo sentía las gotas del sudor, que caían del pecho por entre los rizos negros hacia el ombligo, donde acababan derramándose como lágrimas hacia el polvo reseco del suelo.

En un momento concreto, refregué todo mi pecho, para disipiar el sudor acumulado, y deslizando poco a poco la mano, fuí bajándola hacia el pantalón de lino marfil. El olor a sudor, la brisa cálida subiendo por los tobillos, las cosquillas de las gotas que caminaban lentamente hacia el ombligo, fueron apoderándose de mis sentidos y aquello que comenzó como un tranquilo sueño de media tarde, empezó a acelerarme la respiración, a medida que tocaba con la mano húmeda aquel pantalón de lino.
Quise meter la mano y frotar el calzoncillo de algodón blanco. Con la yema de los dedos fui palpando la carne blanda que palpitaba a cada pasada, hasta el punto de querer liberarla y dejarla a merced del aire cálido para que la punta sintiese el placer de aquella brisa.

El soplido árido pronto dejó caer el agua, que a cada pálpito emanaba de mi miembro. Lubriqué con ella mi mano y la furia se apoderó inconscientemente de mi deseo.

Más rápido me tocaba, más ganas tenía de acabar. Cerré los ojos, con la mano izquierda pausadamente tomé el miembro cincelado con las venas duras como alambres y con la otra froté mi pecho primero, un pezón después y por último metí mi mano en la axila izquierda, llevándomela luego a la cara.

Fue en ese momento cuando un placer me electrificó de abajo a arriba. De los testículos bien prietos, un latigazo subió por mi abdomen hasta el estómago y en ese momento la vía lactea palideció ante aquel volcán que reventó. Solo podía sentir el salir...

Medioabrí un ojo en ese momento y un suave mostacho negro como el carbón, besó la punta de mi miembro sin dejar que un solo centímetro separase aquel manjar de los labios voluptuosos y sedosos de aquel bigote.

Quedé paralizado por un momento, contemplando a aquel mostacho, luego una nariz grande y bronceada, una barbita de pocos días, una tez morena que se acentuaba en el cuello curtido como cuero y unos hombros peludos como lana...

Había abierto las puertas a mi alma, y era Ismaïl el que se había puesto en medio, tragándosela toda....